Hace un par de meses aparecieron otros versos que la completaron.
En ella habla un fantasma que yira por las calles de una localidad del partido de Quilmes que ya no existe como era cuando yo andaba por ahí.
Ahí viven gentes queridas y hay otras gentes queridas que ya no viven pero de alguna manera están.
Ahí pasé parte de mi adolescencia y juventud con angustias y amores.
Por ahora dice así:
Los semáforos parecen esos soles de Van Gogh a esta hora en que los autos negros ya no pasan más:
solo el frío, y los ratis, y el miedo al nuevo día que vendrá.
Me juraste que nunca me ibas a resucitar y ahora bailo cada día con la chica de Kethal. Que se mancha, que se abruma y se vuelve al cementerio a descansar.
El mercurio de Ducilo, de las venas, del arroyo; es el mismo que ilumina la Varela antes del amanecer.
No me ladran en tu calle los perros de las tres, me conocen.
Cuando los pies fantasma ya están cansados de tanto caminar, cuando al aljibe en la estación ya no le queda ningún eco del tren, desde Cuba hasta Aconcagua, tengo muertos que me invitan a comer.
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